“Escuchad islas, atended pueblos lejanos”, decía la primera lectura. ¿Estaría pensando en Cuba y en nosotros el profeta Isaías cuando proclamaba este discurso? Vivimos en una isla y somos un pueblo alejado de Israel, pero tenemos que reconocer que los tiempos y el mapamundi del profeta eran otros.
Esto sí que iba dirigido a los que vivimos en esta isla.
Esta era la realidad que le tocó vivir a Isaías: los dos últimos reyes israelitas llevaron al pueblo al desastre, la potencia del momento -los vecinos babilonios- los intimidaban e invadían progresivamente, los exilios fragmentaban la unidad israelita, y el pueblo sencillo sobrevivía como podía.
La situación parecía un callejón sin salida: Israel vivía en la incertidumbre: desalentado, desperdigado, y además amenazado. Por ello, Dios suscitó profetas como Isaías, pidiéndole, en un primer momento, preocuparse por sus compatriotas desesperanzados. Pero también le pidió que extendiera su mirada a los que vivían más allá de sus fronteras. Por último, como si no fuera suficiente, le pidió que su mensaje llegara a todos los rincones del orbe: “te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
Nos podemos preguntar, con viva curiosidad: ¿cuál sería el mensaje del profeta para que alentara a los desalentados de Israel, para que congregara a los dispersos, y para que iluminase a todas las naciones?
Dios le revelaría a Isaías que es imposible que surja ninguna salvación cuando el miedo y el recelo lo bloquean todo, lo de adentro y lo de afuera. Cuando se desbloquean las espirales de negatividad y se establecen espirales de positividad entonces llega la salvación que, progresivamente, lo abarca todo y a todos en un ámbito de diálogo abierto y confianza mutua.
Pero lo genuino de Isaías es que anunciaba una salvación diseñada por Dios y no por los humanos. Lo mismo hizo Juan Bautista siglos después, anunciando al pueblo la salvación divina concretada en la persona de Jesús de Nazaret y su proyecto de vida, que asume y supera incomparablemente los recientes acuerdos de la Cumbre de la Tierra Rio+20.
Nuestro mundo, nuestra vieja, única, y contaminada nave espacial, como nos dicen algunos noticieros, sigue necesitado de profetas como Isaías y Juan Bautista que anuncien nuevos tiempos que permitan respirar aliviados a los que tienen el corazón en un puño, donde los humanos sean mucho más que una simple especie, donde los pueblos tengan a Dios como fuente de todo bien espiritual, material y intelectual.
Y aunque oigamos voces que no comparten anuncios creyentes como los de Isaías y Juan Bautista alegando que son un estadio superado por el pensamiento humano, recordemos la inteligente claridad con que se expresaba el papa Benedicto XVI antes de partir de Cuba: “Vine aquí como testigo de Jesucristo, convencido de que, donde él llega, el desaliento deja paso a la esperanza, la bondad despeja incertidumbres y una fuerza vigorosa abre el horizonte a inusitadas y beneficiosas perspectivas. En su nombre, y como sucesor del apóstol Pedro, he querido recordar su mensaje de salvación”.
Esto sí que iba dirigido a los que vivimos en esta isla.
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