diumenge, 9 de juny del 2013

EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS

Domingo, 9 de junio de 2013
1 Re 17, 17-24/Sl 29/Ga 1, 11-19/Lc 7, 11-17

¿Quién de nosotros no ha jugado alguna vez en su vida al juego de las diferencias? Aquel juego que pone dos dibujos uno al lado del otro para compararlos y encontrar las diferencias.

Hoy la liturgia nos propone un juego parecido al hacer que coincidan dos lecturas similares en su contenido. De hecho, el evangelista Lucas es lo que hizo al explicarnos este hecho de Jesús. Él sabía que se dirigía a gente que conocía la historia de Elías que hoy hemos escuchado y que, mentalmente, iban a poder hacer lo que hoy hacemos nosotros: colocar la plantilla de su relato sobre Jesús sobre la plantilla del relato de Elías, compararlos y sacar conclusiones.

Elías ha encontrado refugio en casa de una viuda en Sarepta de Sidón, en tierra extranjera, es alguien que no pertenece al pueblo de Israel. Ella tiene solamente un hijo y experimenta el dolor al ver que la enfermedad repentina de su hijo lo lleva a la muerte. Desesperada acude al profeta increpándole, porque piensa que son sus pecados los que han sido puestos en evidencia en la suerte de su hijo y que el castigo que ella merecería Dios lo ha cobrado en la persona de quien más ama. Elías, tomando al joven, se dirige a Dios pensando lo mismo: Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar, haciendo morir a su hijo? Hemos escuchado el final de la historia, es una historia del triunfo de la vida sobre la muerte: Dios escucha a Elías, Dios no es un dios de castigos ni maldiciones, actúa incluso salvando a aquellos que no son judíos, de hecho devolviendo al joven a la vida Dios está diciendo, a través de su profeta, que ama también a los paganos, a los cananeos, que nada tienen que ver con el pueblo elegido, con los judíos. El relato acaba con una especie de confesión de fe: Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad.

Jesús va camino de Naín, ciudad casi fronteriza entre Galilea y Judea. Entra en la ciudad y ve el cortejo fúnebre. Nuevamente, la protagonista es una viuda y el muerto un joven, su único hijo. Otra escena de dolor y desesperación que recuerda la de Elías. Aquí, en cambio, nadie increpa a Jesús, nadie increpa a Dios en el relato. Da cierta sensación de fatalismo: la crudeza de la vida y de la muerte contrastadas. Parece que no hay esperanza, que así es como son las cosas. Pero Jesús siente lástima de la pobre viuda y eso lo cambiará todo. Sin que nadie le diga nada, actúa. No llores: son las primeras palabras de Jesús, siempre palabras de consuelo, palabras de esperanza. Las siguientes: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! Y sucede el milagro. El hijo es devuelto vivo a su madre. Y la reacción no se hace esperar. Surgen palabras que indican un cambio de perspectiva, un destello de esperanza, en la gente que ha visto el milagro: Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.

¿Qué quiere decirnos Lucas? Elías era un gran profeta. Alguien capaz de orar a Dios y ser escuchado. Él se queja a Dios por la muerte del hijo de la viuda y Dios lo resucita y lo sana. Jesús, en cambio, interviene directamente. En Jesús se demuestra que Dios se preocupa por nosotros, nadie le ruega, nadie le pide, Él ve el dolor y se compadece. Y Jesús habla y su Palabra sale de sus labios y actúa: crea, renueva, sana, nos transfigura. Lucas quiere que nos fijemos en las diferencias, quiere que notemos la singularidad de Jesús. Hace resonar en nosotros las conclusiones a que llega el gentío que rodea la escena de Jesús: Dios ha visitado a su pueblo. Ciertamente, hoy también nosotros, junto con ellos, podemos decir: Dios nos ha visitado. También hoy podemos escuchar la voz de Jesús que nos dice: ¡Muchacho, muchacha, joven, anciano, A TI TE DIGO, LEVÁNTATE! Lucas, el evangelista, quiere que nosotros también nos preguntemos: ¿quién es para mí Jesús?